Cielo rojo, una extraña conexión alemana con la canción de Juan Záizar
Toda vez que finaliza la película dirigida por el cineasta alemán Christian Petzold, la nacionalidad mexicana aflora para sentirla como una historia cercana, conocida. ¿Acaso es el remake de algún título de nuestra filmografía? ¿Es una adaptación de una novela escrita por alguna pluma nacional? En realidad nos remite a la canción compuesta por Juan Záizar en 1957 y que hiciera famosa Flor Silvestre. Se trata de Cielo rojo, mismo nombre que lleva el trabajo de Petzold.
Es una grata coincidencia que una canción de hace 66 años conecte en la actualidad con el desenlace de una película extranjera que parece haber recreado de forma fidedigna el verso de un abrupto desencuentro y un ansiado encuentro. Claro, esta interpretación romantizada y cursi es apenas una lectura de varias que permite desdoblar el filme, mismas que apuntan a temas de mayor reflexión y, por qué no, mayor identificación.
Leon (Thomas Schubert) es un joven escritor frustrado con su nuevo libro porque no es del gusto de su editor debido a que es una obra de poca calidad. Acepta pasar unas breves vacaciones junto a su amigo Felix (Langston Uibel) en una casa colindante con el mar Báltico. Allí conoce a Nadja (Paula Beer), una residente local que labora como vendedora de helados en la zona turística. La tranquilidad de todos se verá afectada por la rápida propagación de incendios forestales que devastan bosques y poblaciones aledañas.
Ensimismado en sus emociones, Leon desconoce lo que acontece a su alrededor. Evade, o prefiere evadir. Asimismo, se defiende con agresión. Primero lo hace de manera pasiva, pero paulatinamente llega al límite de hacerlo frontal y con exabruptos sin tener consideración por los otros. Su actitud egoísta es comprendida por Nadja, quien se aproxima a él con amabilidad, delicadeza y humor. Inteligente, ella sabe que sus acciones son impulso y coraza ante la ausencia de capacidad para expresarse. En este sentido, Leon es el retrato de una mayoría de hombres forjados en la educación de andar por la vida sin resolver conflictos, reprimiéndose lo que sienten y apartándose del mundo en lugar de asumir su rol en él.
Tan inteligente es Nadja que también sabe poner límites. Y no sólo eso. Posee el carácter y la seguridad para confrontar a un tipo como Leon al grado de hacerlo pedir perdón por sus majaderías, además de hacerlo actuar en instantes que lo ponen en predicamento por su torpeza. Ah, porque es torpe. Lo es porque quiere, porque se le hace más sencillo ignorar lo cotidiano para enfocarse en su amargura y como consecuencia el entorno le pasa factura. Sin embargo, Nadja es un detonante para que salga del propio caparazón que ha construido.
Una sorpresa se lleva cuando descubre un detalle revelador del pasado de Nadja. Eso igualmente implica un giro de tuerca para el espectador, pero sobre todo para la relación entre ambos. ¿Tarde o temprano para descubrirlo? Llega cuando tiene que llegar, y en este caso es con las amenazantes llamas del fuego poniendo en peligro sus vidas. No hay tiempo para nada más salvo para huir; el incendio exterior es una extensión del incendio interior que consume a Leon. ¿Será capaz de por fin tomar una decisión responsable o dejará que alguien más lo haga a su nombre?
Petzold cuenta con la complicidad del sonido para mantener el ritmo de la película, así como para acompañar a sus personajes en los diferentes pasajes que viven antes y después de que el fuego pinte el cielo de rojo. Un mosco, las olas del mar, un helicóptero, una brasa ardiente. Cualquier elemento suena, se hace escuchar. Vida o muerte, serenidad o peligro, pero ese lugar es una entidad que se manifiesta mediante los sonidos. Es un sitio que en todo momento pugna e interviene con ligeros o graves ruidos para que Leon se escuche en aras de modificar su destino. Quizás sea cruel que para ello influya el dolor de un jabato desesperado y doliéndose porque se consume con el fuego, no obstante es una realidad de esa vida cotidiana a la que le huye, o le teme. Hay seres y situaciones que duelen más que el ego herido por una novela con posibilidad de reescribirse.
Dicha novela está viviéndola, sintiéndola. Es cuestión de que tome consciencia de que su éxito como escritor anida en el proceso emocional de experiencias inesperadas que lo llevan desde la confrontación con la amargura hasta la aceptación de una atracción por alguien más. Y para ser consciente hay que experimentar la pérdida y la separación.
Si bien es cierto que Leon es un personaje que transita debajo del cielo rojo y azul confeccionado por Christian Petzold, también lo es que representa a ese hombre desafortunado con una probabilidad de redención bajo el cielo rojo y azul de Juan Záizar. En ambos cielos, no todo está perdido. Por el contrario, la historia está por venir.
*Cobertura FICUNAM 13