Con licencia para llorar en Playa del Carmen

Elías Leonardo Salazar
5 min readMar 18, 2019

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Foto: Elías Leonardo

En Playa del Carmen…

Van y vienen. Parejas, familias, grupos de amigos y seres solitarios. Caminan por la playa para absorber e irradiar la calma que ofrece un paraíso de aguas cristalinas y serenas.

Algunos pasos son más lentos que otros; edades, enfermedades y penas generan pausas constantes en el ritmo del recorrido. Hay pasos que frenan su marcha por unos segundos para atreverse a desnudar el alma por primera vez, para descubrir o reencontrar fragmentos de vida que rascan en lo más profundo del ser y confronta lo que ha sido el andar.

Temor al olvido

El anciano le pide que descansen un ratito. Quiere sentarse para contemplar el mar. “Lo que tú digas, abuelo”, responde un hombre de aproximadamente 35 años con cuerpo atlético y acento argentino. Ambos se sientan y el nieto abraza con fuerza enternecedora al viejo, como si no quisiera soltarlo nunca.

Conmovido por el abrazo, el anciano rompe en llanto y busca la cabeza del nieto como respuesta al consuelo. También hace estallar la garganta con una voz grave que implora no olvidar ese momento. “Tengo miedo”, confiesa el abuelo. Sacudido por la reacción del viejo, el joven adonis argentino se pone en cuclillas dejándole en claro que “para eso estamos aquí, para que no lo olvides jamás”.

A ellos se une Mercedes, la abuela, quien ha regresado del Oxxo con refrescos de toronja y una cajetilla de cigarros. La mujer incita y ayuda a su marido a incorporarse para meterse al mar. Los dos viejitos se adentran poco a poco con una inquietud infantil de jugar con las olas ligeras.

Mirándolos de pie tras encender un Lucky Strike, el nieto contiene las lágrimas por unos instantes. “¡La puta que me parió!”, expresa con el impulso de alguien que necesita quebrarse. Dos atractivas chicas en bikini le coquetean, pero las ignora. Su mente está en otro lado.

Mientras que los abuelos se divierten como si fueran niños en un chapoteadero, le pregunta a un extraño que tiene junto a él si es malo llorar.

-No, no lo es. Por tu abuelo, ¿verdad?

-El viejo es mi vida. Y no estoy preparado para lo que viene.

Permiso para llorar

Max ha rebasado los 60 años de edad. Está casado con Mercedes, su segunda esposa. Enviudó hace 15 años, sin embargo volvió a creer en el amor y contrajo nupcias con una mujer siete años menor que él. Ambos viven en Buenos Aires acompañados de Tigre, su perro.

Desde hace 10 años no veía a su nieto, al único que tiene, y que se llama igual que él. La última vez que convivieron fue en la pequeña cena de despedida para el pequeño Max antes de marcharse a México con sus padres para comenzar una nueva vida. En tierras mexicanas, el pequeño Max fue testigo de la separación de sus papás, a los que no frecuenta porque retornaron a Argentina, además de que no mantiene buena relación con ellos.

Hace poco el pequeño Max supo dos secretos de su abuelo que le han alterado por completo la existencia. El primero tiene que ver con el apoyo económico que ha recibido en tiempos difíciles durante su estancia en México. Siempre creyó que fueron sus padres quienes le depositaban dinero, pero en realidad ha sido el abuelo, “un viejo que labura como taxista y me ha dado lo que gana”.

Habla con tono de arrepentimiento y vergüenza por gastarse muchos de los billetes en “querer ser lo que uno no es”. Lo hace tocándose la barbilla dando a entender cirugía, así como actúa estar borracho para referirse a su gusto por el alcohol y la fiesta.

Nada le duele más que el futuro inmediato del abuelo. Fue a través de Mercedes que se enteró sobre los principios de Alzheimer que aquejan al anciano. Se trata de un secreto que Mercedes no le iba a ocultar debido a la importancia del suceso.

-Está perdiendo la memoria, la va a perder toda. ¡Qué hija de puta es la vida!

-¿Y qué piensas hacer?

-No lo sé. Probablemente regrese a Buenos Aires.

Mercedes y el pequeño Max cumplen con sus respectivas promesas: ella la de acercar a su marido con el nieto para que convivan lo más que se pueda antes de que pierda la memoria para siempre, y él la de traerlo a México para que conozca el mar que tanto ha disfrutado a través de postales e imágenes fotográficas.

-Las noches son más largas, duran una eternidad. Cuesta dormir por pensar que un día no recordará nada, no sabrá ni quién es. Hace una semana no reconoció a Mercedes. Uf, no quiero que eso pase conmigo. Pero pasará.

-Míralo, está contento.

-Y de eso se trata. ¿Sabes qué duele, loco?

-No, ¿qué?

-Que el mundo sea tan mierda como para pedir permiso para llorar. ¿Puedo?

-Claro.

El extraño le hace favor de encenderle otro Lucky Strike que ha llevado a sus labios pero que no puede prender porque le tiembla la mano.

Pasos inolvidables

Mercedes y Max retornan a la arena para sentarse y beber refresco de toronja. Ella le pide al nieto que busque una canción en el yutú de su teléfono. Comienza a escucharse la voz de Ornella Vanoni cantando L’Apputamento. Con un italiano poco entendible, los tres se suman a la voz de la cantante. Es una rola significativa para el anciano porque marcó su encuentro con Mercedes, aparte de que le sirve para presumir su ascendencia napolitana.

“Tampoco quiero olvidar la canción”, dice el abuelo. “Te prometo que no la olvidarás”, le contesta el nieto. Mercedes se pone de pie recordándoles que es momento de ir a conocer Akumal.

El anciano se marcha guiado y acompañado por dos cómplices dedicados a que dé pasos inolvidables mientras la memoria así lo permita. Parten los tres luego de haber obtenido en México la licencia para llorar en familia.

Foto: Elías Leonardo

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Written by Elías Leonardo Salazar

Me gusta vivir. Disfruto de cazar y sentir historias para contarlas.

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