Crónicas del desempleo: La entrevista

Elías Leonardo Salazar
7 min readNov 14, 2024

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Linkedln, red de humor (in)voluntario. Foto: Elías Leonardo

Al momento que escribo esto, contrario a lo que otros me cuentan, LinkedIn y redes sociales no me han funcionado para recibir ofertas de trabajo. En cambio sí recibo mensajes para ofrecerme cursos de todo tipo, incluso de especialidades que no son afines a mi profesión como periodista. Lo hacen adulándome sobre aptitudes que no poseo, tal como me describió un business manager de bienes raíces: “Hola Elías, tu enorme potencial para las ventas nos lleva a creer que tienes un futuro exitoso dentro del sector inmobiliario”.

¿Potencial para las ventas? De ser así, nomás por decir lo menos, Cinéfilos en apuros ya tendría soporte financiero para la contratación de un community manager o un par de colaboradores con ingresos fijos. Talentosa, por mencionar un caso, es la costurera que se instala frente a la estación del metrobús La Joya. Inteligente, prestó atención al gran número de pasajeros que van y vienen de laborar diariamente, por lo que muchos requieren de traer su vestimenta en buen estado. Como nunca falta la persona que requiere de “arreglitos” en sus vestidos, sacos, chamarras o pantalones, allí está ella para dar solución a sus problemas. Sabe vender su oficio, siempre tiene clientes. Eso es potencial.

En los ocho meses que cumplí como desempleado solamente me surgieron tres entrevistas de trabajo, y eso es gracias a conocidos que hablaron sobre mí a sus jefes; ninguno de los currículums que he enviado para postularme en distintas vacantes me ha traído suerte. Las tres fueron para sitios deportivos. Me persigue mi pasado en la fuente como reportero, editor y escritor de relatos futboleros. Varios conocidos y excompañeros todavía no procesan que ejerzo el periodismo cinematográfico desde hace seis años. Continúan ubicándome como el mismo que fui hace una década.

Total, chamba es chamba. Acudí a las entrevistas. Me concentro específicamente en abordar una porque es la peor experiencia que he tenido después de cumplir 40, edad en la cual ya se nos considera reliquias a los periodistas. Comenzaron platicándome que estaban en período de expansión y que requerían profesionales probados para “llevar a buen puerto el barco”. Nada fuera de lo normal para la vacante de editor que según tenían en cartera. La bronca vino cuando mencionaron que la principal función que tendría como cabeza de edición sería redactar entre siete y diez notas diarias con información replicada de otros portales sin importar que fueran mentiras o rumores, el pan nuestro de la sección deportiva en la actualidad.

Durante mi último empleo, que fue en Yahoo! como responsable de Entretenimiento en México, elaboraba dos artículos diarios. ¿Por qué dos? Porque cada publicación era contenido original que requería de investigación, tratamiento, revisión y retroalimentación con la editora en jefe. Una regla bien establecida definía que cualquier escrito a desarrollar debía ser comprobable, es decir, tener acceso a fuentes fidedignas para corroborar la veracidad de lo que publicábamos. Estaban prohibidos los rumores, los trascendidos y las declaraciones sin sustento. Comenzábamos la jornada con una junta editorial para abordar pros y contras sobre los temas a tratar, o para establecer los criterios con que se iban a abordar las historias por contar, ya fueran de cine, música o espectáculos. Debíamos llegar con las opciones de fuentes accesibles y al alcance para brindar información veraz. Impensable la idea de maquilar bajo el yugo del clickbait, es decir, producir contenidos en gran escala sin rigor periodístico de por medio.

¡De siete a diez notas diarias! Además, siendo lo más indigno, con la práctica del copy paste. Dicho sitio le llama “editar” a cambiar cabezas, mover párrafos y repetir palabras clave en el cuerpo del texto para ceñirse a las directrices de SEO que manejan con el propósito de posicionarse en buscadores. Lo terrible con este sistema está en lo que llamamos “vestir la nota”, entiéndase buscar imágenes, videos, tuits, incrustarlos en el programa de edición que se maneja, linkear contenidos. Es un proceso laborioso que en realidad es el verdadero motivo de contratación. Insisto, buscan personal que maquile. Redacción, ortografía y veracidad informativa, eso no importaba, salvo que se tratara de un columnista o articulista.

Formulé entonces la pregunta que más le irrita a varias empresas en México: ¿Cuánto pagan? Esto lo hice a partir de otra mala práctica de nuestro presente que consiste en anunciar ofertas laborales sin especificar sueldos. Le cambió el semblante al tipo que me entrevistó. Se molestó. No sé si creyó que por estar necesitado de ingresos y tener 42 años iba a decir “sí, acepto” así nomás porque sí. Como si lo hubiera ofendido, se meció el cabello para recriminarme con tono déspota lo siguiente: “Creí que te interesaba el empleo”. Su actitud se tornó hostil para soltar la cantaleta que vocifera cualquier individuo con ínfulas de superioridad que da un escritorio: “Hay mucha gente allá afuera deseando la vacante que en lo último que se fija es en el dinero”. No había motivo para permanecer ahí, por lo cual me levanté de la silla para responderle que no se complicara la existencia y contratara a alguien de esa mucha gente, que no me interesaba su “oferta”. Sorprendido por mi reacción, en un intento por sofocar el incendio que causó, se fue por la salida básica del “no quise decir eso”. “No, sí quisiste”. Me fui. La necesidad no debe ser humillación, ni siquiera intento de. A final de cuentas fue incapaz de proporcionar el dato económico.

Le escribí al conocido que me recomendó para que me sacara de la duda sobre si era feliz trabajando allí y si el pago era correspondiente a la línea editorial que a todas luces era explotadora y denigrante para periodistas con más de 15 años de carrera como eran nuestros casos. Su respuesta fue desalentadora, pero tampoco era yo quién para juzgar sus deudas y sus circunstancias. El desgano de sus palabras combinado con la pesadumbre de sus sentimientos fueron más críticos que mi urgencia por conseguir empleo. Propició que me sintiera bien por mandar al diablo un puesto que él aceptó con anterioridad pero la cual lo tiene al borde del colapso por pagos atrasados, estrés, fatiga y la decepción consigo mismo por resignarse a no elaborar reportajes, crónicas o cubrir eventos de manera presencial, algo que disfrutaba hacer antes. Ese “antes” que quizá fue una utopía que a muchos nos empujó a apasionarnos con una profesión que ahora nos paga mal desde el desempleo hasta el maltrato, desde el desprecio hasta el olvido.

La costurera de La Joya, maestra del potencial. Foto: Elías Leonardo

Recordé entrevistas que me hicieron hace dos décadas, o una década atrás, para no irme tan lejos. En una me pusieron a prueba con conocimientos generales para comprobar si estaba preparado. En otra cuestionaron qué me gustaba oler, escuchar, comer y ver cuando ando en la calle, pues los sentidos son fundamentales para ser reportero. Hubo una en la que me plantearon tres versiones diferentes de una misma noticia para debatir cuál era la mejor para publicarse y cuál era la peor. Lo que quiero decir es que había una intención por explorar al periodista. Hoy, ateniéndome a la experiencia desagradable que he compartido, contemplo con tristeza y decepción que se desestiman las aptitudes o vocación del postulante debido a que no les interesa un profesional comprometido sino un esclavo al que puedan explotar. Tampoco debería sorprenderme, pues fue precisamente por ello que me alejé de la fuente deportiva. Con desencanto fui atestiguando cómo el periodismo fue siendo marginado y prescindible. “A la gente no le interesan los reportajes ni las historias, tampoco les gusta leer. Lo que la audiencia quiere son chismes, pelear y no pensar, entiende”, me explicó un compañero hace un lustro. No entendí, y me niego a entenderlo.

Tal parece que se extinguieron los buenos modales de jugar con las ilusiones de aspirantes mediante la frase “nosotros te llamamos”. Era cruel pero menos grosera e inhumana que colocar al desempleado en posición de mendicidad. Quién iba a imaginar que hubo más tacto en prolongar la zozobra de un “lo sentimos, la vacante ya fue ocupada, pero nos quedamos con tu currículum para futuras oportunidades” que en el despotismo de nuestros días que desde la entrevista trata al aspirante como un producto desechable y no como individuo.

A reserva de que surja otra entrevista, mientras envío currículums y muerdo la aflicción que otorga la presión por falta de recursos monetarios, atiendo los mensajes que llegan en Linkedln. Sobre empleos, nada. Ah, pero no falta la venta de cursos con engaños acerca de mis presuntas cualidades. Por ejemplo, uno de los últimos fue enviado por un hombre que se asume como “Señor manager de nuevos negocios” y refiere que mi perfil es óptimo para potenciar la venta de productos de mi compañía con altos volúmenes de mercancía, así que propone una conversación para que pueda plantearme los beneficios de asesorías financieras por las que quién sabe cuánto cobra.

¿Venta de productos de mi compañía con altos volúmenes de mercancía? Desconozco si pódcasts, videos con críticas o reseñas cinematográficas y relatos sean artículos para empaquetar y ofrecerlos al mayoreo. Lo cierto es que si fuera comerciante no estaría perdiendo el tiempo produciendo contenidos, escribiendo y cazando vacantes en redes. Ahora bien, si de pagar por asesorías se trata, me iría con la costurera del metrobús La Joya para que me enseñe a capitalizar el potencial y el talento que únicamente en Linkedln me ven.

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Written by Elías Leonardo Salazar

Me gusta vivir. Disfruto de cazar y sentir historias para contarlas.

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