Dicen que las mejores historias ocurren de noche
A Mrs. Moon, la cumpleañera del número infinito que en mayo sonríe más de lo habitual.
Entré a esa pequeña cafetería para resguardarme de la lluvia. De las seis mesitas que tenía como inmobiliario, una estaba ocupada. La clienta era una mujer de 30 años quejándose al celular de su empleo como ejecutiva de ventas. Para no hacernos partícipes de su conversación, la barista utilizó la computadora del establecimiento para poner un programa de radio en línea. Me senté frente a la barra.
Sonaba Soda Stereo con Trátame suavemente. Gustavo Cerati cantaba el verso siguiente: “no quiero soñar mil veces las mismas cosas, ni contemplarlas sabiamente”.
-¿Qué le sirvo, señor?
-Un té de menta, por favor.
-Parece que la lluvia durará un rato.
-Ojalá no. Ya es noche.
-La mejor hora del día, sin duda.
-¿Por qué lo dices?
-Porque las mejores historias siempre ocurren de noche.
De repente terminó la canción. Fue entonces que escuché una voz femenina que me cautivó de inmediato. Con candidez y dulzura habló de Cerati con familiaridad, como si lo hubiera conocido desde siempre. ¿Dije familiaridad? Quise decir amor. Ese sentimiento tan estrecho que únicamente se forja a través de la cercanía emocional, la admiración y el cariño sin exigencias. “Si tan sólo estuviera aquí con nosotros aún latiendo, aún cantando, este mundo sería mejor”, pronunció ella con un ligero suspiro para honrar el recuerdo del cantautor argentino.
Esa voz me resultó conocida. Vinieron a mi memoria aquellas tardes y noches de caos vial en que ponía la radio para alejar el estrés y la neurosis urbana. Sintonizaba un programa de jazz que era conducido por una chica alegre, llena de buen ánimo y amante de la música. Compartía anécdotas sobre discos y bandas, así como de la vida misma y nuestra relación con las canciones. Ella era el testimonio sonoro de la fascinación por sentirse vivo.
Fue su voz lo que más abracé cuando recibí el fuerte impacto que me aventó con todo y automóvil contra el poste que me postró en cama durante seis meses por lesiones en la espalda. Cada vez que me preguntan acerca de aquel choque, respondo la verdad: lo único que recuerdo es la voz de la locutora pronunciando que la música es el remedio para todo mal momento. ¡Cuánta razón tuvo! John Coltrane, Stan Getz, Etta James, AC/DC, Peter Gabriel y Rolling Stones fueron mis acompañantes en la rehabilitación.
Luego de reencontrarme con su voz en la cafetería (porque estuve seguro que era ella), le pedí a la barista que me dijera de qué estación se trataba.
-¿A poco no sabe?
-No.
-No le creo.
-Te juro que no sé.
-Qué raro. Todos los hombres en esta ciudad están enamorados de esa mujer y no se pierden por nada sus programas.
Tras el accidente perdí el rastro de la locutora. Tonto, porque no hay otra descripción más precisa, nunca presté atención a su nombre debido a la misma inercia de sobrevivir al ritmo ajetreado de la ciudad. Pero ahora lo sé, y sé también que es propietaria de su propia estación, misma a la que llamó de igual forma que la antología de cuentos de ficción escritos por Mónica Suárez, Diego Coppa, María Inés Abella, Guillermo Lopetegui, entre otros autores. Sin embargo, si nos atenemos a la música, bautizó su proyecto como el fenómeno del sonido de baja frecuencia.
La barista sacó su móvil para mostrarme una selfie que se había tomado junto a la locutora que lleva como apellido el nombre del astro que acompaña los insomnios e ilumina la entrega total de cuerpos deseándose mutuamente. Sentí un extraño cosquilleo recorriendo mi interior, punzando directamente el corazón.
-Es bellísima, ¿verdad?
-Lo es.
La clienta quejumbrosa interrumpió nuestra charla para pedir la cuenta y pagar. Antes que cruzara la puerta hacia el exterior, me nació decirle que la música era el mejor remedio para todo mal momento. Y es que la vi enojada; la situación en su empleo parecía horrible. Sus ojos me miraron como si le hubiera dicho cualquier estupidez. Por supuesto, se marchó ignorándome.
Retomé la plática con la barista. Le conté cómo resguardé en mi memoria aquella voz que era apenas una extensión de la belleza que acababa de revelarme. Justo en ese instante comprendí ese misterioso apego de afecto que algunos humanos tenemos por gente que ni siquiera conocemos pero consideramos entrañables en nuestro destino. Así como Cerati era su suspiro, ella era el mío.
-Además es una mujer a todo dar. He podido ir a varios conciertos gracias a ella.
-¿Eso por qué?
-Suele rifar y regalar boletos en sus programas. Usted comprenderá que mi sueldo no me da para comprar las entradas que quisiera, o asistir a conciertos que me interesan, pero participo en sus trivias o dinámicas y he podido ganar varias veces. ¿Le preparo otro té?
-Por favor.
Afuera arreció con más intensidad la lluvia. El incesante ruido de cláxones confirmó una hecatombe vehicular en las arterias viales aledañas. Como no había necesidad de sufrir, decidí quedarme en la cafetería. La locutora, quien además es poseedora de una carcajada agradable, se despidió del programa deseando tranquilidad a todos sus escuchas. Pronunció un “ya saben, los quiero” para dejarnos posteriormente con Mark Knopfler cantando Get Lucky. No transcurrieron ni siquiera los seis minutos que dura la canción cuando sucedió lo inverosímil en plena tromba.
-Hola, buenas noches. ¿Todavía sirves café?-, oí pronunciar a mis espaldas. Era esa voz, su voz, la locutora. ¡Ella!
Mi piel se heló, el corazón se detuvo de golpe. No es cierto eso de que se aceleran los latidos en cuanto tienes cerca de ti a quien te roba el aliento. Todo se detiene, deja de funcionar. Te conviertes en un ente pétreo, rígido. Temes actuar de forma equivocada, apanica la idea de arruinar ese instante que puede ser eterno. Te vuelves una estatua en un mundo que sigue girando. Un mundo tan diminuto y benévolo que nos hizo coincidir para respirar el mismo aire.
Con sonrisa traviesa y cínica, la barista volteó a verme entreteniéndose de mi reacción. Bueno, si es que se le puede considerar reacción al hecho de quedarme petrificado y pálido. Pero no olvidé ser cortés.
-Buenas noches-, respondí a su saludo mientras giraba lentamente mi silla para descubrir con mis propios ojos su existencia.
-Justo platicábamos de ti, Mrs. Moon. Estábamos escuchando tu programa. El señor me estaba contando de tu pasado con el jazz-, comentó la barista con camaradería.
Mrs. Moon se puso contenta al oír que alguien la recordaba con aprecio en sus primeros pasos dentro de la radio. Sonrió. Estaba empapada pese a que la estación se ubica a cinco edificios de la cafetería. Quedé estupefacto al verla. Por culpa del agua, su largo cabello negro se le pegó al rostro como plasta. No obstante, ese imperfecto detalle hizo relucir la belleza de su faz madura por la edad, jovial por su forma de ser.
-Hola, soy Mrs. Moon-, expresó extendiéndome su mano.
-Hola, soy…
El cielo tronó. Los rayos se manifestaron con estridencia. Era una señal más de que la tormenta iba a prolongarse. El estruendo asustó a Mrs. Moon. Sin pensarlo dos veces, por impulso, la abracé para serenarla. Fue así que aproveché para devolverle el gesto que sin saberlo tuvo conmigo comentándole que la música es el remedio para todo mal momento.
-¿Podemos poner algo de Soda Stereo o Cerati?
-Claro que sí.
En remolinos, de Soda Stereo, amenizó el comienzo de la charla posterior luego de presentarme. Confirmé así lo que refirió la barista: las mejores historias ocurren en la noche.
Ojalá que vuelva a llover cuando todo está a oscuras.