Ellas hablan, una lucha entre la voluntad y la fe
Mi hermana suele escuchar el pódcast Salí de una secta, un contenido que me recomendó para prestarle atención. Es conducido por Ada Camarena y Lo-ami Salazar, dos mujeres que cuentan abiertamente cómo fue nacer, crecer, vivir y salir de la Iglesia La Luz del Mundo, una comunidad religiosa de corte sectario cuyo líder se encuentra encarcelado en Estados Unidos; Naasón Joaquín García purga condena de 16 años de prisión por abusar sexualmente de tres menores de edad.
Las conductoras narran y comparten cómo fueron los sufrimientos, anomalías y prohibiciones al interior de la organización, entre otras cosas. A partir de su actualidad, luego de un proceso de reinvención que han debido construir para adaptarse a la sociedad, ambas exploran distintos factores que se utilizan en contra de las mujeres para someterlas en beneficio de los hombres dentro de la iglesia unicitaria.
Al ver Ellas hablan (2022) pensé en Ada y Lo-ami por dos aspectos. El primero de ellos tiene que ver con el diálogo. Las conversaciones que sostienen para sus escuchas son entretenidas, reflexivas, serenas. Nada que ver con las que debieron sostener al cobrar consciencia de que la Luz del Mundo no era lo que les inculcaron y, sobre todo, cuando tomaron la decisión de escapar. El segundo punto que consideré fue el relacionado a la lucha interna que sostiene una persona para ponderar su voluntad por encima de una fe que empieza a cuestionar. No es sencillo desprenderse de esa esperanza individual en la existencia de un ser superior cuando ha sido impuesta o alterada en un círculo de miedo, maltrato y represor con el sexo femenino.
Con noción de Salí de una secta, mi interés en la película dirigida por Sarah Polley se centró precisamente en la oralidad femenina de las protagonistas. Y esas expresiones orales se acompañan de manifestaciones físicas que van desde el temor hasta el enojo, desde la angustia hasta la determinación. Mariche (Jessie Buckley) y Salomé (Claire Foy) son gestos y modulaciones que transitan en ese plano de batallas introspectivas que buscan exteriorizarse, quizás, para confirmarse a sí mismas que no hay mañana para dejar su colonia religiosa, que en este caso es menonita.
Pero no son las únicas. Otros personajes lo hacen a través de miradas, llanto, ligeros movimientos de manos, e incluso con la contención ante lo que conversan. Lo hacen en el contexto de una premura temporal para marcharse o no del territorio que les han hecho creer como un hogar, pero no lo es. La sutileza empleada por la directora con esos pequeños detalles corporales para contar su historia, sosteniéndose en el recurso de la palabra oral, puede apreciarse como el trance que sostienen la fe y la voluntad para que ésta última se impulse a actuar.
“¿Por qué el amor, la ausencia de amor, el fin del amor, la necesidad del amor, resulta en tanta violencia?”, pregunta Ona (Rooney Mara). Ese mismo cuestionamiento puede formularse uno como espectador tanto por lo que cuenta la ficción como por lo que ocurre en la vida real con aquellas personas que son víctimas de violencia y abuso sexual en distintos cultos.
Ellas hablan conduce también a reconsiderar la facilidad con que emitimos juicios para criticar a víctimas de comunidades religiosas por no haber huido antes, o por haber permitido crueldad hacia sus integridades. En este sentido, Ada Camarena y Lo-ami Salazar han propiciado esa comprensión gracias al desmenuzamiento de los planos espiritual, emocional y psicológico de lo que implica priorizar la voluntad frente a la fe en aras de edificar con libertad y dignidad una vida que les pertenece.