John Wick 4, una bomba de acción para goce del espectador
En tiempos que se abusa del CGI (imágenes creadas por computadora) -más como un elemento de atractivo visual que como recurso cinematográfico que aporte a la credibilidad de las narrativas en las historias que se cuentan-, Tom Cruise y el director Joseph Kosinski demostraron en 2022 con Top Gun: Maverick que el talento humano a cuadro es capaz generar emociones en secuencias que desprenden adrenalina y espectacularidad. En ese sentido, el actor ha sido reconocido de forma merecida por el compromiso que tiene para ejecutar escenas de acción a sus 60 años. Algo que también hace como Ethan Hunt en la saga de Misión Imposible.
Un año después, la mancuerna conformada por el director Chad Stahelski y el actor Keanu Reeves confirma y reafirma que el trabajo corporal real continúa siendo de gran valor narrativo para provocar que el espectador se sienta más cercano a lo que ve en pantalla, además de generar emociones efusivas dentro un género que muchas veces sacrifica a los actores para brindarle mayor dimensión a explosiones y destrucción en un intento por satisfacer al público. Por ello, como una de sus cualidades, John Wick 4 sobresale en sus coreografías de acción. Es plausible que Reeves derroche energía en el esfuerzo físico que le demanda el personaje a sus 58 años.
Otro aspecto a resaltar es el propio uso de la cámara para que luzcan las puestas en escena de las peleas, persecuciones y balaceras. A cargo del cinefotógrafo danés Dan Laustsen (colaborador de Guillermo del Toro en La cumbre escarlata (2015), La forma del agua (2017), El callejón de las almas perdidas (2021)), la fotografía propicia que el recorrido violento de John Wick para su propósito final sea alucinante, potente. Tan fundamental es que contribuye para que pase desapercibida la duración de la película; las imágenes no son solamente atmósferas, sino también ritmo para que el espectador transite junto a Wick en su nueva aventura prácticamente sin respiro. Muestra de ello es el plano secuencia cenital acompañado con la música de Le Castle Vania en una de las últimas secuencias.
De igual forma, la fotografía se complementa con el diseño de producción para mostrarnos el tamaño moral del personaje del Marqués (Bill Skarsgard). En espacios amplios, elegantes, él luce pequeño. Es devorado por la arquitectura de esos lugares. Y allí juega su papel la cámara con planos abiertos para hacerlo ver como un hombre minúsculo ante el poder que le fue otorgado. Más allá de percibirlo como miembro de una mafia, bien puede interpretarse como la representación de actuales juniors políticos o empresariales que heredan tronos para echarlos a perder por la soberbia, la ambición y, por qué no, la estupidez.
El público cinéfilo recibe un aliciente más con el homenaje a The Warriors (Walter Hill, 1979). Los guionistas Shay Hatten y Michael Finch confeccionaron una de las secuencias de acción/persecución de tal modo que fuera factible para que Chad Stahelski ajustara todos los ingredientes en un tributo al filme clásico de pandillas neoyorquinas que, entre sus distintivos, tuvo en la magia de la locución y música radial un plus de tensión.
Ya que hablamos de Nueva York, un acierto más que tiene John Wick 4 es el hecho de sacar al asesino de esa ciudad para poner todo de cabeza en ciudades como Osaka, Berlín y París. Así se internacionaliza la propuesta de ver a un asesino (casi) imbatible que es perseguido por asesinos de todo el mundo, pero ahora yendo él hacia ese planeta que anda tras su cabeza. Por cierto, ¿puede un musical influenciar a una película como ésta para su brutalidad? Quizá sí. Basta remontarse a An american in Paris (1951), de Vincente Minnelli, para trasladar su brillantez coreográfica a los movimientos efectuados por Wick y sus perseguidores en vialidades francesas.
Entrados en referencias cinematográficas, aunado a los evidentes guiños al western (inicio y desenlace de la película), no podemos dejar pasar al personaje de Caine (Donnie Yen). Se trata de un antiguo amigo de John que es ciego y al que se le chantajea para que lo mate. ¿Dónde hemos visto antes a un ciego entrenado para pelear? Bueno, en Blind Fury (1989), de Phillip Noyce. En ese filme vemos a Rutger Hauer como un excombatiente de Vietnam que perdió la vista y aprendió a usar el resto de sus sentidos para convertirse en un virtuoso de la espada; Caine también emplea un sable. Aunque para ser precisos, el personaje de Donnie Yen nos canaliza directamente a Zatoichi, el tradicional samurái ciego de la literatura y la filmografía japonesa.
Por supuesto que John Wick 4 tiene sus puntos flacos. Por ejemplo, lo inverosímil de algunas situaciones, o mejor dicho la exageración de forzar el humor en ciertos episodios. Sin embargo, tratándose de un contenido cuyo objetivo primordial es entretener dentro del género de acción, John Wick 4 cumple con su misión de obtener un resultado que recompensa a las personas que pagan un boleto para disfrutar esa experiencia. Incluso se toma el atrevimiento de dotar de ligera profundidad a sus personajes, mayor aún hacia el cierre.
Dicha profundidad se asoma en John, un asesino (casi) invencible que nos recuerda que los muertos en su historial y el caos que se deriva en la cacería de su persona son motivados por una venganza que nace del amor. Si bien es cierto que el desastre se originó por un perro, no olvidemos que detrás de ese perro hubo una mujer que puso a aquel can en manos de Wick. El impulso que detona la barbarie de y alrededor de John Wick cabe en una reflexión que hizo Ona (Rooney Mara) en Women Talking: “¿Por qué el amor, la ausencia de amor, el fin del amor, la necesidad del amor, resulta en tanta violencia?”.