Juego de brujas, cuando falta transmitir miedo
El director Fabián Forte aterriza el tema de la brujería en la modernidad de nuestros días. Lo hace a través de Mara (Lourdes Mansilla), una chica que cumple 18 años haciéndole el feo al festejo familiar que le preparan sus padres y hermana menor. Rebelde, irascible y fastidiosa, ella prefiere quedarse encerrada en su recámara para jugar videojuegos. De manera inesperada, una persona extraña le deja un paquete en la puerta de su casa.
Dicho paquete se trata de un artefacto que solamente puede abrirse con su sangre. En su interior encuentra un casco de realidad virtual que la transporta a otro tiempo y otro lugar para convertirse en aprendiz de bruja bajo la guía de tres maestros de las artes ocultas. Ellos la preparan para enfrentarse ni más ni menos que al demonio porque ha capturado a su hermana.
Bajo esa premisa transcurre la película con una historia que tiene un problema en la simplicidad con que es tratado el relato. Se apuesta más por un ejercicio estilístico que narrativo, y eso se aprecia en el contraste que existe entre la dirección de arte con relación a lo que se cuenta. El escenario está puesto para que ocurran cosas, sin embargo, no suceden. La expectativa se estira sin sorpresas ni atisbos del género hasta el desenlace, un final atractivo e interesante que parece ajeno al extenso preámbulo del aprendizaje de Mara.
Forte tiene elementos narrativos que desaprovecha por procurar más la forma que el fondo. Por ejemplo, el timing de la presencia demoníaca acechadora que habrá de manifestarse físicamente para enfrentarse a la protagonista, misma que a su vez es una bruja joven y bonita, es decir, ajena al estereotipo con que se ha moldeado tradicionalmente a las brujas en el cine. Si a eso le sumamos que es influenciada por la realidad virtual, pues dicha tecnología propicia o demanda más dinamismo, más atrevimiento para explotar la batalla entre el bien y el mal. En cambio, se opta por un proceso lento para llegar a esa confrontación.
Pero no todo es fallido. Juego de brujas permite lecturas que asustan porque parece que no ha cambiado nada en muchísimos años. ¿Como qué? La relación entre adultos y jóvenes. Desde la década de los setenta hubo películas que retratan esa fractura generacional al interior de los hogares con sus miembros. Basta con recordar a Carrie (Brian De Palma, 1976). Recientemente lo vimos con Háblame (hermanos Philippou, 2022). Y lo que es peor: sigue tratándose al joven como el elemento descompuesto, como el factor de discordia. ¿Será que los hechos cometidos por Mara al final son un reclamo o protesta simbólica (aunque brusca) hacia ese mundo adulto hostil y asfixiante?
*Cobertura Macabro XXII