La basura en el cine, una pequeña historia de terror para algunos espectadores

Elías Leonardo Salazar
4 min readOct 22, 2024

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Recipientes de palomitas, lo normal en una sala.

Personas que hablan entre sí, que chatean o juegan con su teléfono celular, que patean los asientos, que envían y reciben mensajes de audio, que no prestan atención a la película. Por esas personas es que muchas más desisten en su intención de asistir al cine, porque se niegan a sufrir la denominada experiencia cinematográfica entre molestias y prefieren esperar al lanzamiento en streaming o a conseguir el título en la piratería. En el mejor de los casos aguardan a que sus actividades les permitan acudir a una función en horario de poca afluencia para evitar la mayor convivencia posible con otros seres.

Pero no es lo único que saca de quicio a un espectador que concibe a la sala oscura como un pequeño templo al cual no quisiera faltarle el respeto. Hay público que se enerva con aquellos asistentes que son incapaces de recoger su basura para depositarla en el bote al salir y optan por dejarla tirada en el suelo o en las butacas. Entiéndase como desechos a restos de comida, envases de refresco, recipientes de palomitas, pañuelos, cubrebocas y algún otro objeto de uso dudoso que nada tiene que ver con asuntos cinéfilos.

“Esto es lo que no se debe hacer. Es de gente cochina, y tú y yo no somos cochinos”. Así se lo hizo saber una madre a su pequeño hijo al término de Robot salvaje mientras abandonaba su fila en medio de un tiradero dejado ahí por un grupo de cuatro amigos adolescentes que se dieron el lujo de pisotear las palomitas que no comieron, que no fueron pocas. Hay quienes no se aguantan las ganas de regañar al ente que se marcha tranquilamente después de aventar sus residuos al piso como si nada. Por supuesto, los regaños derivan en enfrentamientos verbales con frases tipo “oye, no seas marrano”, “te viene valiendo verga” o “bueno, ¿cuál es tu pedo?”.

Los ‘cinepolitos’ -mote con el cual son identificados los chicos de la planta laboral de Cinépolis en sus complejos de exhibición- cuentan con 20 minutos para limpiar la sala al finalizar una función. En los primeros horarios del día, que van desde las 11:30 a 15:30 horas, las labores de aseo no son tan exigentes. Un solo responsable de la encomienda puede con ello, si acaso dos. Eso se debe a que suelen ser funciones con una asistencia que oscila entre cinco y quince personas en promedio.

El problema viene con las funciones a partir de las 16:00 horas, especialmente en fines de semanas o con el estreno de blockbusters en miércoles o jueves. Cuadrillas de cuatro o cinco cinepolitos deben hacer posible lo imposible como resultado de la hecatombe en salas llenas o casi llenas. En ocasiones lidian contra una mala costumbre del mexicano que parece difícil de erradicar. ¿Cuál? La de pegar el chicle o los mocos donde caiga.

Entre los cinepolitos hay sentimientos encontrados respecto a lo que limpian. Hay chicos que sienten “feo” e indignación por la manera en que se desperdician nachos o palomitas que son tirados a la basura en recipientes que apenas fueron tocados, es decir, los consumidores comieron casi nada del producto y podían haberse llevado esos alimentos a casa pero prefirieron deshacerse de ellos. Es una acción que cala porque simboliza el derroche de un gasto que algunos empleados no pueden darse el lujo de contemplar dadas sus necesidades. En su defensa, uno que otro espectador argumenta que lo adquirido estaba “echado a perder” o “quemado”.

Cuando llega el momento de limpiar la sala.

Siendo un entretenimiento caro para varias familias, gente del público que son padres y planifican las salidas al cine cada dos semanas, o cada mes, hablan constantemente con sus hijos para indicarles que lo comprado se come, o en su defecto se guarda para llevárselo, pero que no se debe despilfarrar. Igualmente existen parejas adolescentes que cooperan entre sí para las entradas y los combos con el acuerdo mutuo de no malgastar. En ciertos casos es por la conciencia de dimensionar que el dinero proviene del esfuerzo de sus papás o mamás; el sentimiento de culpa surte efecto.

Uno de los entes más aborrecidos es aquel que no conforme con su batidillo, se arma de valor para anunciar su gargajo con un ruido prominente y después escupe encima de nachos, palomitas o recipiente que encuentre. Es el colofón de lo desagradable, la inesperada acción que puede arruinar las emociones que genera una película. “Puedo tolerar que vean el celular, pero no que escupan. Eso es asqueroso”, respondió una señora a pregunta expresa sobre esa situación que vuelve a asomarse con normalidad luego de la pandemia. Nos tocó padecerlo al terminar Wolverine & Deadpool a las 19 horas en Patio Tlalpan. A un señor quincuagenario se le hizo de lo más natural presumir cómo peleaban los gallos en su garganta.

¿Cuestión de educación? ¿Ausencia de cultura cinematográfica con relación al espacio de exhibición? ¿Valemadrismo? La basura es un tema más que se suma a la lista de pequeños sucesos que forman una bola de nieve y ahuyentan a quienes mantienen firme la creencia de que ir al cine es para disfrutar las historias en pantalla pero chocan contra una realidad que les demuestra lo contrario y sufren por los inconvenientes que les distraen de su propósito: entregarse a las películas. No es culpa de los filmes que se exhiben, pero a veces ellos ya no son suficientes para respirar un poquito de la vida real.

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Written by Elías Leonardo Salazar

Me gusta vivir. Disfruto de cazar y sentir historias para contarlas.

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