Las aventuras de Gigi la ley, el valor de una persona en su tiempo y su espacio
Una tragedia ha ocurrido en el pueblo. Se trata de una joven que se arrojó a las vías del tren para quitarse la vida. Gigi (Pier Luigi Mecchia), el policía local de tránsito, acude al lugar de los hechos para tomar nota sobre lo sucedido: un caso más de suicidio que se registra en ese perímetro y de la misma forma. El espectador asume de inmediato que la investigación pertinente está por venir. Así, el director Alessandro Comodin inicia la película para introducirnos en el universo de su tío, el propio Gigi.
Con una mezcla de documental y ficción, Comodin convierte a Gigi en un personaje de neorrealismo italiano cuya cotidianidad es el eje conductor de una historia que juega para bien con el recurso de ceder al público la responsabilidad de construir la idea de que algo siempre está por suceder. En otras palabras, el suspenso existe gracias a quien está del otro lado de la pantalla, y eso se agradece porque Gigi permite entretenerse con ello sin perder de vista que está mostrándonos algo ajeno a ese género, incluso distante de.
Luego del suceso en las vías del tren, Gigi se extravía en la fantasía para creer que no se trata de un accidente más. Hace sentir al espectador que el panorama se pondrá peor y que un entramado oscuro está detrás. Sin embargo, conforme él nos hace parte de su rutina como patrullero en un poblado demasiado tranquilo, vamos imaginando a la par de él que nada es lo que parece. No obstante, lo hacemos dentro del contexto de su realidad en todo momento: un oficial amable que recorre una localidad sin delitos ni violencia.
Se nos da poca información de la vida privada y pasado de Gigi. Vamos conociéndolo conforme hace sus recorridos para cumplir con el ejercicio de su empleo, un trabajo tan sereno y sin riesgos que por ello se ve en la necesidad de distraerse con un intercambio coqueto de palabras con Paola, compañera de la oficina a quien únicamente conoce por su voz gracias a la comunicación que mantienen por radio.
La inmovilidad social, ausencia de conflictos y quietud del pueblo son factores que pueden desesperar a quien esté habituado a vivir en zonas de bullicio, violencia incontrolable y ritmo de vida acelerado. Pero no a Gigi, un hombre que puede convivir con ese ambiente en completa calma, con charlas amenas y las tensiones que engendra en su imaginación. Podemos percibirlo aburrido, de hecho lo es, aunque también debemos entender que es un individuo de su entorno. ¿Se gana algo con juzgarlo? No, nada. Lo mejor es transitar con él hacia el final.
Y es en el final cuando Comodin suelta el gran dardo para terminar de comprender a Gigi. Del suicidio inicial que registra a la confesión que comparte en el desenlace, el policía de tránsito se dedicó a ofrecernos el trajín de la vida desde la experiencia de alguien que en la aparente intrascendencia relata cómo es el andar de una persona perteneciente a un poblado donde la nada es todo. Es, en cierta medida, un homenaje de Comodin a esos seres típicos y distintivos de sus respectivos pueblos, de sus comunidades. Lo valioso de una persona está en su tiempo y su espacio.
*Cobertura FICUNAM 13