Llámenlo Mike, o el espía que nos quiso arruinar el futbol

Elías Leonardo Salazar
5 min readFeb 5, 2020

--

Foto: Elías Leonardo

Chilango de nacimiento, quintanarroense por adopción, me tocó cubrir dos Olimpiadas Nacionales como reportero deportivo para el estado del sureste mexicano. En la edición de 2018 se me asignó la cobertura de las pruebas a efectuarse en el Estado de México, principalmente la de canotaje, porque Quintana Roo llevaba una delegación de atletas que iban por medalla segura.

La sede de concentración fue Toluca, zona mexiquense que vivía una extraña versión de toque de queda por cuestión de inseguridad. Extraña porque tiendas Oxxo, bares y restaurantes cerraban por decisión propia entre siete y nueve de la noche luego de sufrir constantes asaltos nocturnos. Ya no querían ser víctimas de la delincuencia.

Eso se me informó en cuanto llegué al hotel. Y lo comprobé minutos después cuando quise comprar algo para comer, pero estaba todo cerrado a mi alrededor, incluido el servicio de cocina del mismo hotel.

Con la panza vacía subí a mi habitación. ¡Oh, sorpresa! Debía compartirla con alguien más. Se trataba de Víctor, corresponsal de Michoacán, que había arribado días atrás.

Nos presentamos mutuamente. Al escuchar mi nombre, me observó con demasiada atención. Me miró de arriba a abajo.

-¿Eres el mismo Elías Leonardo que escribe cuentos y relatos de futbol?

-Sí, soy el mismo.

Empezamos a conversar. Descubrimos tener amigos en común y afinidades en apreciaciones futbolísticas. Pero sufrimos la charla porque no había lugar abierto para disfrutar siquiera un trago que amenizara las historias que intercambiábamos. Por culpa del sueño decidimos dormirnos para madrugar al día siguiente.

Por la mañana, durante el desayuno, conocimos a Citlali, corresponsal de Jalisco. Futbolera de hueso colorado, me brindó un inquietante y encantador halago en cuanto escuchó mi nombre: “¿por qué dejaste de escribir sobre futbol?”. Le respondí cualquier cosa para ocultar mi frustración de no tener cabida en medios de comunicación para eso.

A partir de ese instante hicimos un gran equipo de plática Citlali, Víctor y yo, sin embargo, nos perturbaba el tema del toque de queda, porque en nuestro día libre era el partido de despedida de México frente a Escocia rumbo al Mundial de Rusia. Obviamente lo queríamos ver como se debe y no entre cuatro paredes de una habitación, o un lobby con música de trova de fondo.

Total, el día del juego, día de nuestro descanso, nos fuimos a conocer el renovado estadio Nemesio Diez al mediodía. ¡Lo tuvimos para nosotros tres! Allí, Víctor me pidió reconstruir en mi memoria, y a mi manera, el famoso gol de José Saturnino Cardozo al América del inolvidable 6–0. Ah, es que soy americanista.

Comencé a narrar, según mis recuerdos albergados en la transmisión televisiva, cómo fue la jugada. Pensé entonces acerca de lo dichoso que pudo ser para aficionados del Toluca haberlo presenciado en vivo, así como de lo terrible que significó para un americanista haberlo padecido. Eso sí, ganó el futbol con semejante golazo, un poema colectivo.

Por la noche, desesperados, colegas de Veracruz, Tamaulipas y Nuevo León se sumaron a nuestra necesidad de ver el partido en tono de fiesta. Sufríamos por el hecho de que el Tri partiría a librar su destino en uno de los grupos más complicados que la suerte le ha deparado en Copas del Mundo; Alemania, Suecia y Corea del Sur, rivales nada sencillos. Sufríamos también por estar encerrados en un hotel ante tremenda demanda de emoción futbolera.

Nos pasaron el tip de un bar cercano al hotel, no obstante, con la petición de ser discretos por aquello de “no quemarlos”.

Fuimos.

En la puerta de dicho bar estaba un hombre moreno peinado con mucho gel. Portaba gabardina y gafas oscuras. Actuaba muy raro: volteaba con agresividad a todos lados como para verificar que nadie nos siguiera y simulaba tener un radio (inexistente) para hablar en códigos.

Nos obligó a pasar. Adentro, nos hizo inspección típica de un concierto aunque con brusquedad. De mal modo, con violencia en el trato, nos ordenó tomar asiento donde hubiera sillas vacías. Le hicimos caso porque teníamos temor y no sabíamos en qué nos habíamos metido. “Malditos bastardos comunistas”, le alcancé a escuchar mientras nos sentábamos en una mesa sin clientes.

No lo dudé. Les comenté a Víctor y Citlali que se parecía a Mike, o mejor dicho al personaje que interpretó Alejandro Parodi en la película Llámenme Mike, una joya del cine nacional dirigida por Alfredo Gurrola. Se trata de un policía corrupto al que le ponen una trampa y es enviado a prisión, sitio donde lo vuelven loco por golpizas, lo que le genera locura al grado de creerse agente secreto para combatir al comunismo. En fin.

Ya instalados, una mesera nos atendió de maravilla advirtiéndonos que nos debíamos retirar en cuanto terminara el partido. Aceptamos. Pedimos tarros de chela.

De repente, Mike de Toluca se acercó a regañar y amenazar al colega de Nuevo León por estar mal sentado y estobar el tránsito, casi le pega. Incluso le empujó la silla. Acto seguido se llevó la mano a la cintura para simular que sacaba una pistola y decirnos “pendejos, miserables”.

Empezó a proliferar que él tenía una misión, una misión especial para acabar con los enemigos comunistas infiltrados como turistas, perfil que, según él, nosotros cumplíamos. Igualmente responsabilizó al futbol como arma letal bolchevique para apoderarse del planeta. “Ojalá les apaguen la tele”, vociferó.

Fue hasta que un gerente o propietario del bar apareció para ofrecernos disculpas por el maltrato de “el Guardia”, un hombre trastornado en proceso de recuperación que requería un empleo para subsistir y readaptarse a la sociedad.

Se lo llevaron.

Vimos el partido. Disfrutamos el tarro de chela.

Salimos del bar al finalizar el juego por el mentado toque de queda. Caminamos hacia el hotel. En el trayecto, nos encontramos a Mike de Toluca en la esquina, listo para encararnos, tal cual duelo de filme del viejo oeste.

“Comunistas de mierda”, nos gritó.

Por fortuna, un vendedor de tortas lo distrajo al anunciarle que su pedido estaba listo; Mike comenzó a reprocharle que los ingredientes le parecían sospechosos, que a él no lo iban a envenenar los bolcheviques. Se puso a discutir con el tortero.

Metimos prisa a nuestro andar.

Ingresamos al hotel sugestionados por sentirnos miembros de una conspiración comunista cuyo propósito era desestabilizar al único bar que se atrevió a abrir por el partido México-Escocia.

Nos relajamos en cuanto Citlali propuso que habláramos acerca de nuestras predicciones mundialistas o de la visita al Nemesio Diez.

Mientras tanto, afuera, el tortero trataba de apaciguar a Mike de Toluca, quien no dejaba de expresar a los cuatro vientos nocturnos que los bolcheviques envenenan a través de la comida y se hacen pasar por vendedores ambulantes, turistas o aficionados al futbol. “Malditoooos”, le oímos gritar.

--

--

Elías Leonardo Salazar
Elías Leonardo Salazar

Written by Elías Leonardo Salazar

Me gusta vivir. Disfruto de cazar y sentir historias para contarlas.

No responses yet