Los cuadros platican antes de que oscurezca

Elías Leonardo Salazar
4 min readJul 1, 2019

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Foto: Elías Leonardo

Eran mis primeras semanas como recepcionista de hotel, una labor que jamás imaginé desempeñar en mi vida. Me emocionaba ver la bitácora para saber de qué nacionalidades eran los huéspedes recién llegados o los que estaban por llegar. ¿Por qué? Porque una forma de recorrer el mundo cuando no se tiene dinero, televisión o internet, es a través de la interacción directa con personas de otros países. Y esa posibilidad ofrece Playa del Carmen.

Un día, segundos después de verificar que mis compañeros del turno anterior tuvieron check in de una familia italiana, entró por la puerta de recepción un tipo delgado con tatuajes en todo el cuerpo, rostro sin afeitar y cabello lacio con canas bien peinado. Vestía playera negra, shorts y chanclas. Tarareaba una canción que sonaba al Cielito lindo y cargaba cervezas. Me saludó de forma efusiva con un “hola, amigo del calor y del sargazo” en voz alta, pero con tono alegre. Lucía feliz.

Se dirigió hacia la terraza de su habitación. Colocó las cervezas encima de la mesa. Abrió una. Brindó consigo mismo diciéndose “salud” y comenzó a platicarle a su chela. Parecía un Quijote con look de algún miembro de la serie Sons of Anarchy. Parado frente al ventanal que dividía la recepción del área de ingreso a las habitaciones, me quedé observándolo.

No te preocupes, así es Paolo.

En entendible castellano, una voz femenina me interrumpió. Era Daniela, esposa del huésped quijotesco. Ella se reía por descubrirme fascinado prestándole atención a su marido. Venía acompañada de un niño, su hijo Elia, quien traía puesta una camiseta del Milán. Saludé al pequeño refiriéndome a él como “rossonero”, mote con el que se identifica a los hinchas de su equipo.

A Daniela se me ocurrió decirle que Paolo debió ser personaje de alguna película dirigida por Terry Gilliam. Por fortuna, la imprudencia de mi comentario fue recibida como un halago.

Ven, te lo voy a presentar. ¿Cómo te llamas?

Elías.

Vamos, Elías.

Nos presentó.

El conector fue el fútbol por el jersey de Elia. Charlamos sobre figuras del Milán como Maldini, Pirlo, Cafú, Van Basten, Baresi, Gattuso. Futbolera ella, Daniela presumió con orgullo que los tres eran aficionados leales a Unione Sportiva Arezzo, equipo que milita en la Serie C y pertenece a la región de la Toscana.

Supe entonces que Paolo era, y es, pintor.

Me mostró parte de su obra con clara referencia a la historia del cine. Identifiqué a Marlon Brando en The Wild One, a Yul Brynner en The Magnificent Seven, a James Dean en Rebel Without a Cause, a Clint Eastwood en Dirty Harry.

A partir de ese instante empezamos a conversar cada vez que coincidíamos y había tiempo para hacerlo. Daniela, risueña y amable, no cabía del asombro por conocer a un recepcionista que tuviera y conociera pasiones similares a las de ellos. Elia, un infante educado que disfrutaba charlar, encontró en mi persona un amigo para intercambiar anécdotas sobre el deporte más hermoso del planeta.

En cambio, Paolo tenía otras maneras genuinas para interactuar. Por ejemplo, se postraba frente a la alberca imaginándose que era un alcalde y regalaba píldoras de afecto al pueblo. “Hoy, Elías, decreto amor para todos”, exclamaba mientras simulaba arrojarlas al agua. Ni qué decir cuando pedía mi opinión para saber si la mitad de un coco era más funcional como gorra para protegerse del sol o como casco de ciclista.

Juré y perjuré que no lo iba a conocer cuerdo. Me equivoqué.

-Elías, mañana regresamos a Italia. Te agradezco la atención que tuviste con mi familia y conmigo. Te traje un obsequio. Sé que te gustará, amigo.

Era un pequeño cuadro. Dibujó el rostro de una mujer sobre un trozo de madera que fue a conseguir quién sabe dónde.

Llegué al cuarto que rentaba para colocarlo en una mesita de plástico que tenía. Sin televisión ni internet, me distraía con releer libros arrumbados en mi escueto equipaje para sentirme acompañado hasta que le di vida al regalo de Paolo. ¡Me ponía a platicar con la chica del cuadro antes de que anocheciera!

-Hay una forma de no volverse loco, mi amigo.

-¿Cuál?

-Ya serlo.

Tuvo razón, me gustó el regalo. No me volví loco.

Foto: Elías Leonardo

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Written by Elías Leonardo Salazar

Me gusta vivir. Disfruto de cazar y sentir historias para contarlas.

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