Los tontos que sabían volar
¿Sabes huir?
¿Qué?
De inmediato tocó el timbre y emprendieron la carrera al más puro estilo de un carterista primerizo. Nunca se abrió la puerta, nadie vivía allí. Fue una travesura incompleta. Ella reprochó la frustración de haber corrido en balde y él tomó oxígeno al agitarse en exceso. Al mismo tiempo un aguacero refrescaba sus cuerpos.
¿Sabes nadar?
Ni creas que me voy a acostar sobre el agua.
¿Sabes volar?
¡¿Eh?!
Acto seguido ella trepó al cofre de un automóvil. “Anda, sube”. Y él se subió. Lo tomó de la mano, le pidió que alzara la cabeza y se dejara empapar por la lluvia. Mientras las gotas intensas caían sobre su rostro, sintió cómo lo abrazaban fuertemente. En fracción de segundos, volaron. Terminaron nadando en el asfalto.
Se sobaron el golpe, se rieron al verse mutuamente como dos tontos recostados en el charco, empapándose con gusto entre moretones.
Nos vamos a enfermar.
¿Sabes curar?
Al día siguiente se dedicaron a curarse. Ella también sabía cómo hacerlo.