Martínez, el descubrimiento de la vida en el inicio de la tercera edad
De manera casi fortuita, Martínez (Francisco Reyes) hace caso a su tiempo libre e ingresa a un planetario. Se sienta en una butaca para ver y escuchar una explicación sobre los planetas. Está tranquilo, sereno. Es uno más entre los demás y parece que se ha dado cuenta de ello, aparte de comprobar que no hace daño estar cerca de la gente fuera del trabajo.
Este detalle del planetario marca una pauta en la reinvención de vida que quiere experimentar Martínez, un burócrata sexagenario que es obligado a jubilarse porque le imponen un reemplazo que es Pablo (Humberto Busto), un joven no tan joven que habrá de ocupar su lugar por palancas y no por méritos. Por si fuera poco, una de sus vecinas fallece y le deja un regalo. Martínez no tenía noción de su existencia, así que se sorprende al descubrir quién fue esa mujer a través de sus pertenencias. Se entera que su nombre era Amalia.
Pero, ¿cómo es la vida fuera de la casa y la oficina? ¿Qué es eso? Martínez se lanza al ruedo de la experiencia de vivir con varias adversidades en contra: adulto mayor, extranjero (chileno radicado en México), solitario, amargado, serio, soltero. Ah, y con una fantasía romántica construida alrededor de los objetos de Amalia.
Martínez es la ópera prima de Lorena Padilla. La directora recurre a una narrativa de ritmo lento y sin aspavientos para acercarnos al idílico y real universo de su protagonista; idílico porque los adultos mayores en este país no suelen tener oportunidades de reinvención, pero real porque de fondo nos plantea panoramas complejos que padecen las personas que ingresan a la tercera edad, tales como la soledad, el olvido y una atadura a un incorruptible estilo de vida acentuado en el pasado.
Igualmente orienta su intención hacia una visión de la construcción sociocultural que hemos desarrollado para que existan tipos como Martínez, es decir, temerosos de relacionarse con el mundo para edificar una existencia triste que defienden con amargura y enojo. Por otra parte, están esas personas que como Amalia nos impedimos descubrir y conocer; seres luminosos que transitan injustamente en el anonimato porque a veces les tocó la mala suerte de estar en el peor momento o en el peor lugar, o simplemente víctimas de la indiferencia que tanto nos identifica hoy día como individuos.
Además de apoyarse en canciones de Camilo Sesto (nadie como el cantautor español para desgarrarse las venas de amor para volver a entusiasmarse con el desamor), la directora se respalda en la fotografía de Gerardo Guerra, quien en Dos estaciones (Juan Pablo González, 2022) nos daba avisos de su cercanía con la cámara para la transición emocional del personaje y el juego de luces/espacios entre claridad y oscuridad para matizar dicha transición.
De igual manera llama la atención el montaje debido a la editora que se encarga de ello, Liora Spilk Bialostozky. Si alguien sabe cómo llevar e hilar el timing de una historia cuyo protagonista es un viejito gruñón es ella, algo que demostró como realizadora con el documental Pedro (2022). Aquí es un brazo derecho de la directora Lorena Padilla.
Si bien es cierto que Martínez es una propuesta con discurso esperanzador, también lo es que se siente una ausencia de graves predicamentos para un adulto mayor que, pese a su ensimismamiento, puede correr riesgos iguales a los que sufren varias personas de su edad. Sí, sufre mucho siendo él, sin embargo los factores externos de violencia que se ejerce contra los adultos mayores es más crítica, no es tan apacible. O quizás estamos tan inmersos en un espíritu violento como nación que hasta las manifiestas posibilidades de redención nos resultan difíciles de abrazar.
*Cobertura FICG 38 | GIFF 26