No ver las películas, una nueva manera de conversar el cine
Gente del público y compañeros de prensa abandonaron el teatro entre una hora y media hora antes de que terminara la película. Otros representantes de los medios de comunicación ingresaron para tomar una foto a la pantalla, postearla en redes sociales y salir inmediatamente del recinto. Dichas escenas ocurrieron frente a los ojos de Rodrigo Azuela, protagonista de Luto, ópera prima de Andrés Arochi que se exhibió en el Teatro de la Ciudad de León, Guanajuato, como parte de la selección oficial del Festival Internacional de Cine de Guanajuato (GIFF).
Rodrigo se sentó a dos butacas de mí, por lo que pude notar cómo atestiguó las huidas. Asimismo, también prestó atención a las personas, periodistas, creadores de contenido y críticos que sí permanecieron en sus asientos a pesar de que a varios no les gustó lo que vieron. Hubo a quienes sí les fascinó lo visto y lo expresaron durante la sesión de preguntas y respuestas con el actor al final de la función.
Espectadores locales le hicieron saber que Luto fue de su agrado. Alguien comentó que le remitió a la conexión con la muerte dentro de las festividades del Día de Muertos de su entidad originaria, Michoacán, además de subrayar que la fotografía era preciosa por mostrar distintos paisajes de México. Para estos asistentes que se sintieron complacidos, la película representó algo aún más valioso: la oportunidad de descubrir o acercarse a un cine mexicano que no podrían ver si no es a través de festivales, o que les resulta diferente al que suele ofrecerles la cartelera comercial a lo largo del año. En este caso, el GIFF brinda a la audiencia la posibilidad de acceder a las funciones de manera gratuita.
De regreso a Ciudad de México, Azuela fue mi compañero de viaje en el autobús. Tipo amable y tranquilo, se sumó como escucha de la conversación sobre cine nacional que sostuve con los vecinos de adelante, entre ellos Irving Torres, de CineNT. Lo incluimos en la plática para que diera sus impresiones sobre lo hablado. Lo ameno de la charla propició que nos tuviera confianza para preguntar cuál era nuestra opinión acerca de Luto. Temerario y con apertura para entablar ese ejercicio que no todos los actores sostienen con la prensa, se aventuró a cuestionarnos, porque nos supo atentos a la función hasta los créditos finales.
Mis colegas y yo nos miramos tal como lo hacen DeForest Kelley, William Shatner y Robert Redford en el meme que se utiliza para manifestar acuerdo. Previamente habíamos coincidido en que la ópera prima de Arochi era lo más flojo de la selección oficial en competencia con base en lo revisado hasta ese momento. “¿Seguro quieres saber?”, externó Irving con un dejo de asombro dirigiéndose a Azuela, pues no todos los días un actor muestra disposición para escuchar aquello que incluso es desagradable para sus oídos. “Sí, en serio”, reafirmó en su propuesta por conocer lo que pensábamos.
En términos generales, los posicionamientos fueron similares: la dirección no encuentra rumbo ni peso narrativo para abordar el doloroso tránsito del duelo que sufre el protagonista, la actuación no transmite la catarsis del personaje porque se mantiene en un mismo tono de solemnidad cuando hay circunstancias que obligan a expresar emociones con distintos matices, la aparición de personajes que nada abonan a la historia y secuencias que bien parecen spots whitexicans orientados al turismo que busca experiencias a costa de la exotización de comunidades indígenas.
Estoico y respetuoso, Azuela recibió los comentarios sin interrumpir. Tampoco manifestó incomodidad alguna a pesar de las críticas. Toda vez que le tocó su turno de hablar, ahondó con argumentos en lo que para él son valores del filme, tales como la calidad visual (aspecto que domina bien Arochi como el cinefotógrafo que es, podrán notarlo en Longlegs) y el trato de documental que se le dio a los encuentros del protagonista con las personas que aparecen en su trayecto.
Vino entonces el comentario más relevante de la interacción con él. Agradeció que hayamos visto Luto. Con “ver la película” no solamente se refirió al acto de permanecer en la butaca, sino también al hecho de observar la obra para comentarla o escribir de ella y no mentir, es decir, no ser como algunos personajes mediáticos que alaban o destrozan las películas sin haberlas visto, o presumen su presencia en una función sin haber estado realmente allí.
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Su apreciación arrojó lecturas que como prensa deben preocupar y ocupar en tiempos presentes que corren al ritmo de una inmediatez que ya ni siquiera prioriza la información, mucho menos la veracidad de la misma. Fue un empujón para reflexionar acerca de cómo se desestima al público en su rol de ente pensante y sensible ofreciéndole contenidos diseñados para el beneficio de las métricas corporativas y egos sostenidos en likes. Las fake news, el clickbait y la polémica son el pan de cada día que se oferta a una audiencia cuyo criterio y confianza se menosprecian.
“Tú que sí viste la película” es una frase que cobra fuerza últimamente off the record. Es pronunciada en corto por talentos, guionistas, fotógrafos y realizadores previo o después de entrevistas sostenidas con ellos. Tal afirmación hacia la labor periodística o crítica del entrevistador en turno deriva de los procesos de promoción a los que se someten o son sometidos con anterioridad en junkets, interacciones pactadas o encuentros surgidos de buenas relaciones públicas para que se hable de su trabajo y/o de la película, sin embargo padecen amargas experiencias de conceder su tiempo a interlocutores que no vieron el material a conversar y, por lo tanto, acceden a participar en dinámicas como la producción de videos para stories o reels acerca de cualquier cosa ajena al propósito primario. También hay carreras consolidadas que son expuestas a groserías como el desconocimiento de sus trayectorias, o a tratos poco amables porque no son la celebridad del momento.
Una acción esencial de cubrir la fuente, tal como es ver las películas, se ha convertido en causa de suspicacia, desconfianza y desconcierto entre las partes involucradas que sí priorizan ese aspecto fundamental. Para quienes ocupamos los últimos sitios de la fila en la concesión de entrevistas, el interrogatorio es quisquilloso: “¿Sí la viste?”, “¿Dónde la viste?”, “¿Qué te pareció?”. Es molesto pero comprensible. Hay cineastas y talentos con disposición para charlar acerca de la obra, no obstante tienen dudas sobre su interlocutor a partir de las decepciones que se han llevado con personajes que sólo buscan la foto o satisfacer el rol de fan.
Con Azuela, la plática sobre el tema se extendió por 30 minutos más. Reiteró su agradecimiento diciendo que prefería la honestidad de una crítica negativa fundada en la observación de la película que el engaño de un reconocimiento hacia un trabajo que no ha sido visto. “Y eso que no nos gustó Luto, ahora imagínense si nos hubiera gustado”, pronunció un compañero a manera de broma para referir que la discusión de las obras se enriquece cuando los posicionamientos se sustentan en lo que debería ser lo lógico, entiéndase verlas.
Este fenómeno de encarar la entrevista en torno a una película que el entrevistador no vio es, quizá, una modalidad replicada de las proezas narradas por Pedro ‘el Mago’ Septién en el boxeo y el béisbol. Genio de la crónica, Septién admitió en vida que entusiasmó al público con hechos que ocurrieron en su imaginación. A Ricardo Rocha le contó que jamás sucedió el enfrentamiento entre Baby Arizmendi y Henry Armstrong que narró: “Al día siguiente que me levanté, estaba en las páginas deportivas de varios periódicos. Pensé que tenía doble vista… No existió la pelea”.
Es probable que el periodista cinematográfico esté perdiendo el tiempo sentándose frente a la pantalla para informar o comunicar lo que sea de su interés con relación a lo que se observa. Puede ser que la modernización para conectar con las audiencias implique ignorar y desestimar las obras en conjunto con quienes las hacen para construir una nueva narrativa al conversar el cine. Lo de hoy, según como vienen dándose las cosas, es prescindir de los ojos frente a una experiencia que es estrictamente visual. Las películas estorban a las entrevistas que son precisamente para abordarlas.