Quería escribirte una carta y aquí está
Llevo varios días intranquilo. La cabeza no deja de darme vueltas por los incesantes pensamientos que me dirigen hacia ti. En otras palabras, no dejo de pensar en ti. Le pregunté en reiteradas ocasiones a mi perro si era prudente escribirte o no, pero lo único que obtuve fue la reacción de su regordete y melenudo cuerpo recostándose sobre el piso para que le acariciara la panza. ¿Dónde hallar entonces esa respuesta para apaciguar mi inquietud de contactarte a través de una carta?
Sé que muchas voces dicen que escribir y dedicarle palabras a alguien es muy fácil. Y sí, hasta cierto punto lo es. La dificultad en quien escribe surge a partir de sus temores. Ya sabes, el miedo a que surja algo o no surja nada entre el remitente y el destinatario. O cosas por el estilo. Eso, en realidad, no es algo más que la manifestación de las heridas, esas marcas que a pesar de cicatrizar en la entraña nos recuerdan de qué batallas provenimos y cómo nos las provocamos. Sin embargo, expresarse en una hoja en blanco es una puerta abierta para reinventarnos y dejar atrás las sombras de aquellas guerras que afortunadamente no terminaron con nosotros pero arrasaron con las ilusiones. Escribir, escribirte, es una oportunidad de recuperar lo que precisamente mi pasado quiso extraviar o sepultar. ¿Qué? Por ejemplo, la increíble experiencia de sentir nervios cada vez que te veo o escucho. Es cursi, lo sé, no obstante muy fuerte. Créeme que se trata de un mundo nuevo tras haber sido empujado a un abismo en el que incluso se me orilló a no sentir.
No quiero aburrirte ni alejarte contándote sobre los campos minados que debí sortear para estar hoy aquí escribiéndote. En todo caso, esa historia, mi historia, mereces que te la comparta mirándote a los ojos porque es lo más honesto que puedo hacer para mostrarme. Dicen que los ojos son las ventanas del alma, y la mía quiero que sea lo más transparente contigo. ¿Ves? No dejo de pensarte. Como vendaval sin rumbo apareciste frente a mí para devolverme la capacidad de sentirme torpe y primerizo en la expresión de mis sentires. ¡Si supieras cómo reflexiono cada palabra que tecleo!
Regresando al punto de mi búsqueda de una respuesta para escribirte una carta, he de comentarte que la encontré en la calle. ¿Sabes dónde? En la calle Madero, en el Centro Histórico. Aprecio los sonidos que me obsequia la urbe. Claro, no todos. Confieso que me irritan los agitados gritos de vendedores de gomichelas. No tanto por ellos sino por las bebidas que ofertan, pues son una grosería al buen gusto de disfrutar la cerveza. En fin. La cuestión es que al caminar por Madero me sentí profundamente atraído por el sonido del organillo; un organillero tocaba La huella de mis besos, de Pedro Vargas. Presté atención a la melodía y reparé en que será demasiado triste el día que la ciudad carezca de hombres y mujeres que hagan sonar esa caja que desde tiempos inmemoriales alegran el trajín diario de miles. Asaltaste mi mente en ese instante. Sería triste la vida sin siquiera haber intentado la obtención de un beso tuyo y, por qué no, tu compañía en todos los sentidos.
¿Para qué empezar a extrañar lo que no hemos perdido y le da sentido a nuestra cotidianidad? Deposité unas cuantas monedas en el sombrero del organillero y vine rápido a casa para ofrendarte estas letras. Durante el trayecto repetí audios que resguardan tu voz y observé fotos tuyas publicadas en redes sociales. No sé, sentí un extraño agradecimiento con el destino de que seas tú quien me tenga en esta situación. ¡¿Por qué tú?! Justo es el misterio que anhelo resolver a tu lado, contigo. Vivir queriéndote, vivir deseándote es una dicha mientras se disipan las dudas.
¿Sabes? También tengo noción de tu pasado, es decir, de tu llanto y tus silencios. No te preocupes. Aquí es cuando puedo recurrir al diálogo que sostienen Watson y Mary en el capítulo ‘His Last Vow’ de la serie Sherlock:
-Pensé mucho en lo que quería decirte. Elegí mis palabras con cuidado.
-Está bien.
-Los problemas de tu pasado son asunto tuyo. Los problemas de tu futuro son privilegio mío. Es todo lo que necesito decir y saber.
Habré de elegir mis palabras con cuidado cuando te tenga frente a mí para acentuar el privilegio que sueño cada noche y lleva tu nombre, tu ser.
Por ahora, perdóname por avisar tarde, me permito acercarme a tu persona a través de esta carta. Te escribo desde la novedosa inexperiencia en el arte del enamoramiento, o por sentirme vivo. Para serte sincero, estoy temblando. Pero no de miedo, sino de las ganas por depositar este texto en tus manos e invitarte un café mientras le digo a mi interior que el camino es la recompensa. Suspirar por ti, aunque no lo creas, es el prólogo de una mejor versión de mí. ¿Te gustaría tomar un café conmigo, o más?