Rita, una mujer entrañable
Una amiga pasó por mí al trabajo para darme un aventón a casa. Después de saludarme, me preguntó si sabía cuál famosa había fallecido. Le respondí que no. “Rita Guerrero, la de Santa Sabina. Maldito cáncer de mama”, dijo pisándole recio al acelerador. Le dolió porque se trató de otra mujer víctima de un mal que le arrebató a una de sus hermanas.
A mí me dolió en lo más profundo de mi ser por otra razón.
Me quedé helado con la noticia, con ganas de llorar. Sentí como si me hubieran arrancado un importante pedazo de mi vida, y de mi oficio. Tenía noción de que Rita Guerrero luchaba contra el cáncer, pero nunca me pasó por la mente pensar siquiera en que iba a morir, por eso me petrifiqué al enterarme.
-Veo que te pegó mucho, ¿por qué? ¿La conociste?
-Sí, la conocí. Digamos que fue mi madrina de bautizo.
GRACIAS, RITA
Era 2003. Me encontraba en la recta final de mis estudios universitarios y ya laboraba en una agencia de monitoreo y análisis de medios electrónicos. Como examen, un profesor me puso la encomienda de acudir a la marcha que se iba a efectuar al siguiente fin de semana en el Distrito Federal como parte de las manifestaciones mundiales contra la invasión estadounidense en Irak. “Leonardo, quiero una entrevista con alguien famoso. Quiero declaraciones de 10 o te repruebo”, sentenció.
¡Madre mía! Moldeado al trabajo de oficina para analizar el discurso en contenidos, sería la primera vez que llevaría a cabo labor de campo, la primera entrevista que haría en calle. Para colmo de males, la calificación de mi compañero dependía de mí; su examen era grabar y editar el video. Dentro de lo que cabe, lo bueno es que éramos amigos, complicidad que concedía perdón en caso de reprobar.
Total, llegó el día de la marcha y nos fuimos a Reforma para buscar entre los miles de participantes al famoso que nos sacara del apuro. Caminamos por más de 10 minutos sin topar personajes conocidos hasta que la vimos a ella. De belleza imponente, convencida de la causa por la cual marchaba, amable con quien se le acercara a saludar, allí estaba esa mujer revolucionaria firme en su ideal de que las guerras no se justifican de ninguna manera. Temblando, con las manos sudorosas, le pedí que nos regalara un par de minutos.
-Rita, quiero entrevistarte.
-Sí, claro. Adelante.
Torpe, novato e idiota, le pregunté lo más absurdo que se me vino a la lengua: qué hacía en la marcha. Mirándome con ternura, complaciente a responder, Guerrero expresó la frase: “Estoy aquí porque quiero la paz, no la guerra”. Acto seguido comenzó a hablar con una seguridad bárbara sobre su postura antibélica. Imbécil otra vez yo, maniatado por los nervios, le quité el micrófono aún cuando no terminaba de contestar. Por si eso no bastara, le di las gracias y me di media vuelta dejándola con las palabras al viento. Aceleré el paso hacia rumbo desconocido por la vergüenza. ¡Me quería morir! Y mi compañero, también.
-Calma, no pasa nada.
Era Rita. Me siguió para darme una palmada en el hombro, para decirme con voz serena y relajante que comprendía mi reacción. Intuitiva e inteligente, desde que me acerqué a solicitarle la entrevista supo que era mi primera vez.
-Ven, vamos para acá.
Nos sentamos en la banqueta. Sacó de su pantalón un chicle que me obsequió para que lo mascara y así pudiera tranquilizarme. Con un impulso de esos que alegran la vida en los peores momentos, Rita me abrazó sonriendo. Le confesé que me estresaba traer en la cabeza el tema de reprobar.
-Todos pasamos por una primera vez. Eres estudiante, necesitas la entrevista para tu calificación, por lo tanto no me moveré de aquí hasta que salga. Me parece bien que te hayan aventado al ruedo, así se aprende. Tú me dices cuando estés listo.
Me sentí apenado. Ella estaba en la marcha para procurar su causa, no la mía. ¡¿Quién era yo para alterar su tiempo de esa manera?! En fin.
Declarándome listo tras unos segundos de calma, reiniciamos la entrevista y Rita volvió a hablar con firmeza acerca de su repulsión a las armas, de su convicción por la paz y el apoyo a las luchas sociales.
-Gracias, Rita.
-Por nada, Elías. Seguro te pondrán 10. Pero alégrate, hombre. Pudiste, lo hiciste. Además, ¡fui la primera!
Pidió que me volteara para darme la patadita de la suerte.
Años después un amigo que estudiaba en el Claustro de Sor Juana me comentó que su maestra en el coro era Rita Guerrero. Acudí a dicha institución con el propósito de verla, así nomás, verla. Pero el encuentro fue más placentero.
-Hola, Rita. Quizá no me recuerdes, pero tú me bautizaste. Fui el chico que te quitó el micrófono y se puso nervioso.
-Dime que ya eres periodista.
-Ya, ya lo soy. Aquel gesto no se me olvida y te lo voy a agradecer siempre.
-Gracias, en verdad gracias.
Me despedí de ella quedándome con la imagen de una mujer que imponía con su belleza, pero especialmente por ser poseedora de una personalidad amable, potente, admirable y entrañable. Se devoraba la vida, y se preocupaba por la de los otros.
NO SE OLVIDA
Durante mis inicios como periodista profesional, cada vez que tenía una entrevista con alguien famoso, me sentaba en una banqueta y mascaba chicle para tranquilizarme. Lo hacía a solas para que me abrazara Rita.