Rompiendo el silencio, un documento fílmico de denuncia contra la violación
A finales de la década de los setenta el tema de la migración tenía eco en la música mediante Los Tigres del Norte con canciones como Vivan los mojados, rola correspondiente al álbum del mismo nombre que fue lanzado en 1977. Ese sonido se escucha en este trabajo escrito y dirigido por Rosa Martha Fernández, quien así nos brinda herramientas sonoras para contextualizar la época en que cuenta la historia de su documental.
Mientras que algunas miradas apuntaban a observar el fenómeno migratorio de los indocumentados mexicanos en Estados Unidos, otras centraron su interés en temas urgentes por atender y denunciar al interior del país. Tal es el caso de lo que hace la realizadora a través del cine con Rompiendo el silencio (1979), una obra que con el transcurrir de los años parece adelantada a su tiempo y, tristemente, demasiado actual.
Además de emplear la narrativa cinematográfica, Fernández recurre al ejercicio periodístico para exponer el crimen de la violación hacia mujeres en la ciudad y la periferia. Combina con maestría ambos lenguajes para oscilar entre la ficción y la realidad al grado de hacer sentir al espectador la experimentación de transitar por un brutal documental o una trama ficticia más cruda que la propia vida real. La directora da muestra de su talento en participación con Toni Khun, Mario Luna y Alejandro Gamboa para arriesgar la cámara a encuadres nada comunes en la cinematografía nacional en ese entonces; un Split Diopter (dos distancias focales empalmadas en un mismo plano sin que sus elementos estén fuera de foco), tiro que para ese instante había cobrado notoriedad con Brian de Palma en Carrie (1976).
Fernández va directo al grano del abuso sexual. Alejándose de melodramas y amarillismo, se encamina al testimonio y la exploración del delito tanto en sus causas como en las consecuencias. Dos mujeres víctimas de violación comparten sus desgarradoras historias para desmenuzar una estructura machista que se perpetua en todos los niveles de una sociedad cuyo sistema está diseñado para violentar al sexo femenino con normalidad y en absoluta libertad.
A pregunta expresa sobre el porqué se desiste a pedir apoyo de la policía para detener a agresores sexuales, el amigo de una de las víctimas responde a cuadro que eso es imposible debido a que los uniformados también son violadores. Esas palabras retumban si consideramos que los órganos policiacos de aquellos años en la capital estaban bajo el mando de Arturo ‘el Negro’ Durazo en la Dirección General de Policía y Tránsito; un periodo de terror con altos índices de delitos cometidos con la protección de una placa, impunidad y corrupción. Igualmente tienen efecto en una actualidad que identifica a los supuestos representantes de la ley como enemigos del mismo pueblo, entes coludidos con bandas criminales que han sido señalados de no proteger a las mujeres y sí de violarlas.
Pero eso no es todo. Un violador también comparte a la cámara los motivos de su accionar. Con cinismo y nulo remordimiento expresa la manera en que los hombres atacan por manada; las violaciones tumultuarias como introducción de algunos varones a perpetrar el crimen del abuso sexual. Un mal cíclico que se expande en grupos de amigos, familiares, vecinos, compañeros de trabajo, policías.
Aunado al acto de la agresión física, Rompiendo el silencio se introduce en las violencias sistemáticas que forman parte del grave problema. Hay un detalle puntual e interesante con el sentir de las víctimas en su intento por relacionarse nuevamente con una pareja: son tratadas como lo peor siendo culpadas de lo sucedido. Dicha culpabilidad era inculcada no solamente en hogares, sino también en aulas universitarias. Un testimonio del ámbito jurídico comenta que en Derecho Penal se les enseñaba que las piernas femeninas tienen tanta fuerza que es inviable que puedan ser manipuladas por un agresor. Lo aberrante es que esa educación se formalizó en la profesionalización y trato de ministerios públicos mediante la elaboración de cuestionarios condenatorios hacia el sexo femenino; la directora recrea un interrogatorio con preguntas indignantes que hasta la fecha son recurrentes como prejuicio, juicio y sentencia social.
Este documental de Rosa Martha Fernández está situado a finales de los setenta, sin embargo resulta cercano en lo temporal y lo sociocultural. Puede absorberse como un retrato de la incapacidad que hemos tenido en lo colectivo (porque es una situación que nos atañe a todos) para combatir un mal que desafortunadamente ha crecido en escalas de barbarie contra la mujer. La reflexión está puesta, es cuestión de abrazarla o huir de ella, y en esa elección una respuesta del lugar en el que estamos parados, o de lo que somos.
*Cobertura FICUNAM 13