Un día los gatos conquistarán el mundo

Elías Leonardo Salazar
3 min readApr 19, 2020

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Foto: Elías Leonardo

Son las 6 de la mañana.

Desde antes que nos mandaran a resguardarnos en casa por el coronavirus, Chapopote me instruyó a su rutina diaria: el gato de mi hermana golpea con fuerza una cortina movediza de la sala y maúlla hasta conseguir que alguien despierte y se levante de la cama para llenar de comida sus dos platos.

Ah, sí, el señor de cuatro patas tiene dos platos. Desde que fue rescatado en la calle, el felino desarrolló una obsesión por ver repletos de alimento sus recipientes. Aunque no coma nada, tempranito quiere saberse abundante de croquetas.

Como estoy acostumbrado a madrugar por cuestiones de trabajo, me volví su esclavo ideal. Firme e imperial, el animal aguarda a que salga de mi recámara para supervisar que cumpla con mis obligaciones hacia él. Toda vez que confirma sus platos llenos, se va a dormir.

El problema es que su método lo contagió a Amazona, ama y patrona del hogar que cumple 20 años con la familia. Nunca fue gata inquieta o latosa, ni siquiera cuando se sentía mal. Pero ahora es un ruidoso mariscal doméstico que pone a prueba toda paciencia. Nada tonta, la minina tiene noción de su edad y consigue que los humanos respetemos su longevidad, por lo que no hay tregua a un ápice de intolerancia.

Se ha convertido en una viejita que maúlla con insistencia cuando tiene hambre. La bronca es que todo el día tiene hambre. En cuanto Chapopote desaparece de escena, ella inicia su concierto, recital que culmina al instante en que se le sirve su menú especial, es decir una latita con paté de pavo o filete de salmón, platillos fáciles de digerir para su causa debido a que se le han caído los dientes.

Mis responsabilidades felinas no paran ahí.

Foto: Elías Leonardo

Horas más tarde, entre 9 y 10 am, saco a pasear a Feria, mi perra labradora negra. El breve paseo incluye escala en una barda que separa al condominio donde vivo del estacionamiento perteneciente a la universidad privada aledaña. Allí nos aguardan el Albino y el Árabe, dos gatos callejeros que, sin pudor, tocaron el corazón de mi hermana para ser alimentados de manera diaria. Bueno, en época de covid-19, se me cedió la estafeta.

Malandrines, pillos ambos, únicamente se asoman para exigir de comer. Tan astutos son que tienen medidos los horarios. Dominan el tiempo. Aunque estén dormidos encima de un árbol o del cofre de un auto, saben con precisión el momento de ponerse en acción.

Tuve que aprender a salir con una bolsita repleta de croquetas porque, de lo contrario, me atengo a las consecuencias. ¿Cuáles? Maúllan con rictus de dolor, me persiguen para hacerme sentir mal. ¡Y lo consiguen!

Así que, en un gasto no contemplado para mi bolsillo, ahora estoy obligado a comprar alimento para los dos delincuentes de cuello peludo que nos tienen sometidos a Feria y a mí, porque los recorridos perrunos implican pasar lista con ellos. Es imposible evadirlos, no por el espacio, sino por su talento histriónico para tocar almas.

Foto: Elías Leonardo

En tres semanas de cuarentena, luego de imaginar que existirían mañanas para despertar tarde o habría concesión para disfrutar una serie de Netflix sin interrupciones, los gatos se han encargado de mantenerme activo, disciplinado y, sobre todo, humano.

No los merecemos.

Durante una pandemia, según los mininos que me rodean, han demostrado tener capacidad para someternos y mantenernos de pie como especie cuando menos lo pensamos. Si se lo proponen, un día conquistarán al mundo.

Foto: Elías Leonardo

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Written by Elías Leonardo Salazar

Me gusta vivir. Disfruto de cazar y sentir historias para contarlas.

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