Una sonrisa africana en el país de las fosas

Elías Leonardo Salazar
5 min readJan 19, 2020

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Foto:Elías Leonardo

Es enero de 2015. Son las nueve de la mañana. Hace frío al sur de la ciudad de México, específicamente en la Universidad Pontificia, sitio donde habrá de llevarse a cabo el foro La iglesia frente a la corrupción, la violencia y la injusticia en México. Hasta el momento se registra poca afluencia, además de que los ponentes participantes no han llegado. Solitario y sentado al exterior del auditorio, temblando por culpa del clima, un hombre de raza negra sonríe a quien le observe.

“Padre Pablo, ¿quiere un café?”, le pregunta un chico vestido con hábito. “No, gracias. Ahorita sale el sol”, responde Pablo Gbortsu, sacerdote y misionero africano que actualmente se especializa en el estudio de la Biblia. Tiene año y medio de radicar en nuestro país. Le faltan 18 meses para concluir sus estudios.

-Padre, ¿de dónde es usted?

-De Ghana.

-¿En verdad no tiene frío?

-Sí, un poquito, pero me lo aguanto.

Sonríe. Tal parece que nació sonriendo.

Foto: Elías Leonardo

Luto en la vocación

En mayo de 2014 la diócesis de Chilpancingo-Chilapa reportó como desaparecido a John Ssenyondo, sacerdote ugandés que había llegado a la región en 2010. A finales de noviembre los restos de Ssenyondo fueron encontrados en una fosa clandestina de Chilapa, Guerrero. De acuerdo a informaciones periodísticas publicadas tras el hallazgo, el cura fue levantado por hombres armados supuestamente por negarse a bautizar al hijo de un criminal.

Fue un duro golpe de realidad para la Iglesia católica: la figura sacerdotal, sea de la nacionalidad que sea, dejó de respetarse; el crimen es irreverente con la fe. En contraste, cruda y cruel, la muerte de Ssenyondo colocó a los representantes eclesiásticos a la par de la sociedad civil lacerada por la violencia, de aquellos civiles que lloran, buscan o aguardan a un ser querido víctima de desapariciones forzadas y/o ejecuciones.

Para el padre Pablo Gbortsu lo más alarmante había sido un asalto a mano armada que presenció en Ciudad de México: “Era viernes previo a Semana Santa. De Periférico entrando a Insurgentes Sur, iba un carro adelante de nosotros con dos mujeres. Estábamos parados en el tráfico y vimos cómo dos muchachos con pistola entraron al coche de las mujeres para robarles. Fue tan rápido e impactante que no sabes cómo reaccionar. Sientes impotencia por no actuar”.

De aquella escena impactante transitó al dolor y reflexión sobre el nivel de violencia que se registra en México, nación a la que ya considera suya. Mayor aún como un misionero que siente la necesidad de estar unido al sufrimiento de miles de personas; un sacerdote lastimado en su vocación con los asesinatos de curas como John Sseyondo y Gregorio López, éste último perteneciente a la diócesis de Ciudad Altamirano, Guerrero, secuestrado y encontrado muerto en plena época navideña de 2014.

-Padre Pablo, ¿cómo percibe tanta violencia?

-Es demasiada. El gobierno tiene que hacer algo. Ahora bien, no todo es competencia de las autoridades. ¿Qué quiero decir? La construcción de un país mejor es una responsabilidad de todos, no solamente es del gobierno. A veces pensamos que los gobiernos deben hacer todo, pero todos formamos parte de esto. Hay gente que no hace nada, hay gente que ve a alguien robar y no dice nada, hay gente que no denuncia, hay gente que es indiferente a lo que ocurre.

-Frente a la realidad que vive México, una realidad que también alcanza a los sacerdotes, ¿tiene miedo?

-No, miedo no. No puedo ni debo tener miedo cuando soy un hombre de Dios, un misionero que precisamente debe estar con la gente. Sería terrible darle la espalda a la gente, a una población que nos necesita en estos momentos. Mucha gente no tiene conciencia de lo que es Dios, muchos no creen que haya vida después de la vida y por eso creen que pueden hacer cualquier cosa como dañar a otra persona, como matar.

-¿Cuál sería un buen comienzo?

-Reflexionar sobre lo que está pasando. La violencia es demasiada y llega a cualquiera.

El frío que sentía ha desaparecido, queda congelado en un cuerpo sin movimiento, en un rostro serio, en una mirada conmovedora.

Foto: Elías Leonardo

Predicar con el ejemplo

En los últimos tiempos muchos católicos se han alejado de la Iglesia porque dejaron de creer en sus representantes. La opulencia de jerarcas, los escándalos de pederastia, la indiferencia hacia la población en ciertos temas, la condena y actitud beligerante hacia ciertos grupos, son causas que han contribuido al distanciamiento. Las autoridades moral y religiosa fueron en declive por no predicar con el ejemplo, aunado a la preferencia elitista de algunas congregaciones que procuran el evangelio según el diezmo.

El padre Gbortsu está consciente de ello. Comprende que exista un sentimiento de desánimo y rencor por parte de creyentes hacia las sotanas, acepta que la propia Iglesia ha contribuido en ahuyentar a sus fieles. Sin embargo, como en todo entorno, pide no generalizar. Con una voz serena y amable manifiesta que la prensa también juega un papel importante.

-¿De qué manera, padre?

-Por uno, pagamos todos. Si un obispo critica el divorcio, el periodista va y dice que toda la Iglesia condena a los divorciados, que son lo peor. ¿Y a mí quién me preguntó como para hablar por mí? Lo mismo sería para lo que pasa en el país.

-¿Cómo?

-Habrá sacerdotes que crean que con una oración están ayudando a la gente. En mi caso, así lo creo, debo utilizar el evangelio, predicarlo con el ejemplo para que la gente sepa que Dios no los ha dejado abandonados. Puedo rezar, sí, pero de nada sirve si no estoy con ellos. Hay que vivir con ellos, estar con ellos, acercarnos.

Presume su vestimenta, pintoresca y sencilla, resaltando sobre todo un sombrero gris para que no le dé frío en la cabeza. Muestra su smartphone, herramienta que utiliza para escuchar música en el transporte público, y es que al padre Pablo le gusta viajar en metro, metrobús, microbuses. “Dios también paga pasaje”, dice. Lo hace para resaltar que es uno más en la sociedad, es decir, un cura sin cadenas de oro y cercano a la gente.

Alrededor hay más sacerdotes africanos que arriban al evento. Algunos visten con hábito, otros con pantalón casual, camisa y suéter. En un detalle coinciden: todos sonríen. Unos se toman fotos, otros conversan entre sí, pero todos están contentos. No es redundancia, sino confirmación de apreciación: parece que nacieron sonriendo.

El evento está por comenzar.

-Padre, ¿en verdad no tiene miedo?

-No. Hay que devolver la fe, y si tengo que ir a la sierra, voy.

Lo hará aunque tenga que ofrendar la sonrisa que ha traído desde Ghana, una sonrisa que se ilumina todavía más porque ya llegaron los panelistas y el sol se asoma. Una sonrisa que por ahora se dedica al estudio de la Biblia y que procura predicar con el ejemplo en el país de las fosas.

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Written by Elías Leonardo Salazar

Me gusta vivir. Disfruto de cazar y sentir historias para contarlas.

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